Ignacio García Magarzo, director general de ASEDAS, analiza en la revista Distribución Actualidad, los aprendizajes obtenidos de crisis pasadas y destaca el papel que la distribución alimentaria en España ha cumplido para, desde la competitividad, asegurar el acceso a una alimentación segura, variada y a precios competitivos. Ver el artículo publicado AQUÍ.
La crisis de los aranceles a productos europeos anunciados por el presidente de los Estados Unidos en el marco de una “guerra comercial” global es el último episodio de una serie de problemas geopolíticos que, de manera periódica, afectan o pueden afectar a la producción agroalimentaria de España. Si vamos hacia atrás en el tiempo, nos encontramos, entre otros, con dos grandes eventos recientes que han tenido un impacto muy importante en la cadena agroalimentaria en España: las tensiones en los mercados primarios que trajo consigo el estallido de la guerra de Ucrania en el año 2022 y el veto ruso a los productos agrarios europeos de 2014.
Las dificultades internacionales, ya sean bélicas, económicas o incluso climáticas -un riesgo cada vez más presente que se puede enmarcar en la geopolítica-, tienen el denominador común del riesgo de la rotura de las cadenas de suministro, ya sea por la dificultad de acceso a las materias primas, a las rutas de transporte o a la exportación. La consecuencia de estos problemas deriva, casi siempre, en un alza de precios en origen. Cuando el importe de las materias primas se dispara, cuando los productores se ven obligados a buscar rutas de transporte alternativas o cuanto el cierre de mercados o la imposición de condiciones proteccionistas obligan a buscar otras salidas a los productos agrarios, el efecto sobre los costes de producción puede ser grande, especialmente si el conflicto llega por sorpresa con poco margen de acción para buscar soluciones previamente.
La inflación, que tan intensamente hemos vivido en los últimos años, tuvo como una de sus principales causas la escasez y carestía de las materias primas que llegaban de Ucrania. El fantasma de la subida de los precios de la alimentación es la consecuencia más temida para el conjunto de eslabones que forman la cadena de valor agroalimentaria porque, si se dan otras circunstancias económicas y sociales adversas, ésta puede derivar en una crisis de consumo.
La distribución alimentaria es el eslabón de la cadena que tiene el contacto más estrecho con el consumidor. Por ello, su responsabilidad como dique de contención frente a las subidas de precios es clara y, siempre, se ha ejercido desde el compromiso con la sociedad.
Ello ha sido posible gracias a un modelo, construido a lo largo de los últimos cinco lustros, en el que la posibilidad de elegir -tanto entre diferentes enseñas de supermercados como entre la variedad de productos que estos ofrecen- ha ayudado al consumidor a adaptar su compra a sus necesidades durante etapas complicadas de la economía global o doméstica. Una de las claves de este modelo es el equilibrio entre una gran diversidad de empresas -franquicias y cooperativas, regionales, nacionales e internacionales- y tipos de tiendas que tienen la capacidad de llegar muy cerca de las casas de los ciudadanos. Baste recordar la percepción que los consumidores expresaban en una reciente encuesta -realizada en el marco del IX Observatorio de Comercio Electrónico en Alimentación de ASEDAS-: la gran mayoría tiene entre tres y diez supermercados o autoservicios donde hacer una compra completa en las proximidades de su domicilio.
La configuración del “mapa de la distribución alimentaria de proximidad”, que hace que el 96,8 por ciento de los españoles tenga, al menos, una tienda de alimentación en su propio municipio -incluidos los que están situados en zonas rurales- puede resumirse en una palabra: competitividad. En definitiva, es la competitividad la que posibilita que, ante las circunstancias adversas que afectan a los precios en origen de la alimentación, las empresas de supermercados logren contener el mayor tiempo posible subidas hacia el consumidor y que, si se producen, éstas sean las menores posibles.
La mayor etapa inflacionista que ha vivido Europa desde la segunda guerra mundial -y que se ha prolongado durante casi cuatro años hasta 2024- es un excelente caso de estudio sobre cómo las subidas de los precios en origen motivadas por un conflicto internacional se han trasladado amortiguadas al consumidor. Siendo conscientes de que cada una de las situaciones que se enmarcan en el complejo escenario geopolítico que se nos presenta en este primer cuarto del siglo XXI vienen acompañados por sus propios retos, sí podemos extraer la enseñanza de la necesidad de estar preparados, de intentar prever situaciones y de actuar con espíritu de cadena, cada uno desde su posición, siempre pensando en el servicio al consumidor.
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